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29 sept 2006

Una noche llegué por fin a mi cama y me ardían los codos y me ardía adentro. Unas sábanas de papel de lija sobre las cuales me había revolcado varias horas habían dejado huella en mi piel. El placer había desaparecido y sólo quedaba el dolor. Un día descubrí que también había manos de lija y el ardor se transformó asco.
(la piel rasgada cicatriza con lágrimas... propias... ajenas)